LOS CUENTOS DE DOÑA PREGUNTONA

lunes, 18 de abril de 2011

La llave de Josefina



Hay gente que no tiene paciencia para leer historias.
Acá se cuenta que Josefina iba caminando y encontró una llave. Una llave sin dueño. Josefina la levantó y siguió andando.
Seis pasos más allá encontró un árbol. Con la llave abrió la puerta del árbol y entró. Vio cómo subía la savia hasta las ramas y subió con la savia.
Y llegó a una hoja y a una flor. Se asomó a la orilla de un pétalo, vio venir a una abeja y la vio aterrizar.
Con la llave, Josefina abrió la puerta de la abeja y entró.
La oyó zumbar desde adentro, conoció el sabor del néctar y el peso del polen.
Y voló hasta un panal.
Con la llave abrió la puerta del panal, abrió la puerta de una gota de miel y entró y goteó sobre la zapatilla de un hombre que juntaba la miel.
Hay gente que en esta parte ya se aburrió y prende la tele. Pero la historia dice que, con la llave, Josefina abrió la puerta del hombre y entró. Y sintió lo fuerte que quema el sol y cómo se cansa la cintura y que el agua es fresca. Y, con la mano del hombre, acarició a un perro común y silvestre.
Con la llave, Josefina abrió la puerta del perro y entró. Y les ladró a las gallinas, al gato y al cartero. Y después abrió la puerta del cartero, del gato, de las gallinas, de las limas para uñas, de las tortas de crema, de los banquitos petisos y de los grillos.
Hay gente que, a esta altura, ya se fue a tomar la leche. Pero la historia dice que, cuando estuvo segura de que esa llave abría todas las puertas, Josefina abrió la puerta de Josefina y entró.
Se sentó en el banquito petiso y, con la lima para uñas, se puso a hacer otra llave distinta a la primera, pero igual.
Después se quedó sentada en el banquito, pensando. Josefina quiere elegir a quién darle la segunda llave. Porque no es cuestión de entregársela a cualquiera.
Pero si vos todavía estás ahí, si no prendiste la tele y no te fuiste a tomar la leche... acá la tenés, tomala. Porque dice Josefina que la llave es tuya.

Iris Rivera

Extraído, con autorización de la autora, del libro Sacá la lengua (Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999; colección Cuenta conmigo).

sábado, 22 de enero de 2011

Alrededor de los libros, Graciela Cabal


Dicen que los coleccionistas suelen ser personas de larga vida. Parece que a ellos nunca les llegara la hora de morirse. Mejor dicho, sí, les llega, igual que a todo el mundo, pero los coleccionistas se resisten a morir. Y no se mueren. ¿Y eso por qué? Porque a su colección más bien a sus colecciones siempre les anda faltando algo...
Caso parecido, creo yo, es el de los lectores. Hablo de los lectores adictos, de los que leen lápiz en mano, como le gusta a Steiner, dialogando con el autor; de los que jamás salen sin un libro en la mano, por cualquier cosa; de los que compran libros que, intuyen, nunca van a llegar a leer; de los que están deseando volver a casa para arrebujarse dentro del libro que están leyendo; de los que repasan la historia de su propia vida a través de las marcas que fueron dejando en sus libros; de los que acarician los libros y los olfatean y duermen con ellos debajo de la almohada; de los que abren un libro al azar para encontrar la respuesta a alguna pregunta, el consuelo a algún dolor; de los que retrasan la lectura de las últimas páginas para alargar el placer; de los que cuando terminan un bello libro se preguntan: "¿Y ahora, qué va a ser de mí?".
Mi papá era un lector de ésos. "Todavía no me puedo morir decía, disculpándose : tengo que terminar El otoño del patriarca... ". Y no se moría. Porque antes de terminar ese libro ya empezaba otro. Y entonces era cosa de nunca acabar. Una estrategia, como cualquier otra. Es que para lectores así la muerte es un verdadero escándalo. Con todo lo que hay que leer...
Quiere decir que es cierto: leer alarga la vida. Y eso no sólo referido a la posibilidad de vivir vidas ajenas, de agregar un cuarto a la casa de la vida, como decía Bioy Casares, de hacer cosas que jamás haríamos en la existencia común y corriente subir a las estrellas, bajar al fondo del mar, desenterrar tesoros en islas desiertas , no. Hablo de vivir más tiempo, literalmente hablando.
Claro que, finalmente, los lectores adictos también se mueren. Pero lo hacen tan a su pesar, tan aferrándose con uñas y dientes a la poquita vida que les va quedando...
(Catedral de Santander, sepulcro de don Marcelino Menéndez y Pelayo, una de las estatuas funerarias más bellas de España. De larga barba y hábito de monje, don Marcelino duerme el sueño final. Y su cabeza se apoya en una almohada de libros. En los libros, una leyenda grabada: ¡Qué lástima morir cuando me queda tanto por leer!)
A veces la resistencia del lector a morir es intolerable hasta para la misma Muerte quien, condolida, se inclina a susurrar en los oídos del moribundo: "No temas, no desesperes, que el cielo debe de ser una lectura continua e inagotable…”, según dice Virginia Woolf, una escritora que ella, la Muerte, conoce muy bien. Otras veces la Muerte hace como que se confunde, como que se distrae, y mira para otro lado... Y el que muere es uno que no tenía nada que ver, pero que andaba por el mundo sin un libro en la mano que lo protegiera de todo mal...
De lectores trata este libro. Y quien dice leer dice escribir también trata de escritores, esas bombas de tiempo, esos seres que nunca terminan de crecer y sentar cabeza. Fernando Pessoa, por ejemplo, que en el Libro del desasosiego se pregunta: Dios me creó para niño y me dejó siempre niño. ¿Pero por qué permitió que la vida me maltratase y me quitase los juguetes ... ?
Y también trata de maestros, y de chicos, y de la risa, y de los primeros encuentros con los libros, y del derecho a la fantasía, y de lo siniestro, y de la felicidad, y del miedo, la emoción más antigua* que está en el origen de toda creación...
Son algunos de los temas en torno de los cuales fui reflexionando a lo largo de estos últimos años. Los mismos temas enfocados desde diferentes puntos de vista. Y que se van ampliando, como los círculos en el agua. Después de todo, uno habla apenas de sus obsesiones. De lo que puede, no de lo que quiere. Y desde donde puede, que en mi caso suele ser el humor y la infancia.

Graciela Cabal nació en Buenos Aires el 11 de noviembre de 1939. Falleció en la misma ciudad el 23 de febrero de 2004.
Maestra normal, graduada en Letras en la Universidad de Buenos Aires.
Trabajó en el ámbito editorial, en la investigación periodística y en la elaboración de guiones de
televisión. Presidenta de Alija, sección nacional de IBBY (1993-1995).
Autora de Secretos de familia; Mujercitas ¿eran las de antes?; La emoción más antigua, para el público adulto, y de Carlitos Gardel; Las Rositas; La pandilla del ángel; Toby; Tomasito; Miedo, entre otros libros para niños; también es autora de una versión de la Biblia. Ha publicado más de setenta títulos. De próxima aparición, Las cenizas de papá, Alfaguara, España.
 

fuente e ilustración: Páginas Sueltas