LOS CUENTOS DE DOÑA PREGUNTONA

domingo, 26 de diciembre de 2010

Adriana Agrelo y Elena Jaime 
  

abía una vez una niña llamada Aimé que miraba la vida a través de la ventana de su cuarto y soñaba con lugares que nunca iba a conocer. La ventana daba la jardín el jardín tenía una reja de madera del otro lado se veía la calle y más allá un parque con árboles frondosos y columpios y subeybajas y viejitas dándole de comer a los pájaros y niños jugando y gritando los nombres de otros niños pero nunca el nombre de Aimé, el viento le llevaba sus voces, le traía rumores de hojas verdes, murmullos apenas perceptibles, trinos, el ronronear de los motores que pasaban por su calle, pero el nombre de Aimé nunca, porque ella no tenía amigos, salvo el pájaro Adriel, del que estaba profundamente enamorada. Por Adriel, Aimé había logrado salir del marco de su ventana y había bajado al jardín y lo había visto volar entre flores y ramas y lo había visto comer miguitas de pan de su mano. Todas las mañanas Aimé bajaba al jardín y jugaba con Adriel que cantaba para ella las más bellas melodías.
Por las noches soñaba que era un pájaro y que volaba por encima de su casa y se posaba en la chimenea y que Adriel con su plumaje brillante como polvo de estrellas, se acercaba volando y juntos disfrutaban del mágico encanto de la noche. Otras veces soñaba que Adriel era un príncipe encantado atrapado en el cuerpo de un pájaro y que ella con un beso lo transformaba, pero cuando se despertaba aún con la sonrisa de felicidad y con el sabor tibio de su presencia se daba cuenta que todo era un sueño e inevitablemente se ponía a llorar. Entonces para no sufrir, porque ella no era pájaro ni él príncipe y jamás podrían estar juntos, dejó de bajar al jardín y cerró su ventana, tan triste estaba que no quería comer y sólo dormía todo el día para soñar y estar así con su amado Adriel en sus sueños. De nada sirvieron los picoteos de Adriel en el vidrio de su ventana, llamándola día tras día, ni los postres y tortas que su mamá le preparaba para abrirle el apetito, ni las largas serenatas que todas las mañanas Adriel cantaba para ella. Finalmente vino el doctor y le dió unas vitaminas y Aimé comenzó a recuperarse pero no era felíz, salvo en los sueños. Tanto soñó y tan fervientemente deseó que sus sueños fueran realidad que no se sorprendió cuando una mañana el sol acarició sus plumas azuladas y ella voló hasta la ventana abierta y luego más allá hasta la cerca de madera y luego hasta las ramas más alta de los árboles y vió a una niña que la miraba sonriente y desde el jardín la saludaba con la mano: Adiós Aimé le decía la niña que ahora era un pájaro de plumas azuladas y volaba cada vez más alto junto a Adriel, su pájaro cantor. Y así Aimé, la niña triste y solitaria, se transformó en una niña alegre y tuvo muchos amigos a los que les contaba su sueño y les enseñaba a volar muy alto con las alas de la imaginación. Y desde entonces si hay un niño sólo detrás de una ventana mirando el mundo, Adriel y Aimé suelen aparecerse por un momento a regalarles su canto y su alegría.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario